Somos la generación más sedentaria de la historia de la humanidad, y la que nos sigue va a peor. ¿Qué nos ha pasado? Como especie, ¿nos hemos vuelto vagos y perezosos de repente?
En mayor o menor medida, todos sabemos de la importancia que tiene la actividad física sobre nuestra salud, aunque muchos no saben la magnitud real o el impacto global que tiene el hecho de mantenerse activos. No se trata solo de tener una mayor capacidad física, de ser autosuficientes o de tener mejor salud cardiovascular, sino que la inactividad física reduce nuestra calidad de vida y es una causa principal de la mayoría de las enfermedades crónicas, como ya comentamos en nuestro artículo Inactividad física, disfunción sedentaria y muerte prematura.
El sedentarismo es una enfermedad cuyos síntomas pueden afectar a cualquier órgano o sistema de nuestro cuerpo.
Aun así, todos somos conscientes en mayor o menor medida de que no movernos nos perjudica y que no hay una salud óptima si no somos activos físicamente. Y son muy pocos los que realmente hacen actividad física diaria.
¿Por qué se da esta paradoja, por qué tanta gente evita el ejercicio físico sabiendo que es algo vital para su salud? ¿Por qué nos sucede esto?
Es un tema complejo y multifactorial, pero en este artículo vamos a tratar dos de los aspectos que apagan nuestra motivación, para tratar de entenderlos y ver qué podemos hacer para remediarlos, al menos en parte. Y veremos que tienen mucho que ver con nuestras adaptaciones evolutivas y con cómo vivimos hoy en día en contra de esas adaptaciones.
Empezamos con el primer aspecto: según una teoría del profesor de Harvard Daniel Lieberman, experto en biología humana evolutiva, somos vagos porque hemos evolucionado para serlo, por decirlo así.
Dejamos aquí un enlace a una entrevista en inglés en The Washington Post, This Harvard professor explains why we were born to resist working out, y un enlace, también en inglés, a su estudio Is Exercise Really Medicine? An Evolutionary Perspective.
La vida de nuestros ancestros requería mucho gasto energético en su día a día para cazar, recolectar y demás actividades cotidianas, por lo que buscaban descansar siempre que podían, necesitaban conservar su energía siempre que fuera posible.
Desde este punto de vista, estamos adaptados evolutivamente a ser muy activos físicamente cuando es necesario pero también a permanecer inactivos siempre que podamos. Evolucionamos para no hacer esfuerzos innecesarios en un entorno que exigía muchos esfuerzos necesarios. Por tanto, es natural y normal ser físicamente vagos, dice el profesor Lieberman.
Nuestros ancestros dedicaban 6 o 7 horas al día para las actividades diarias necesarias para su sustento y supervivencia, pero también tenían mucho tiempo de no hacer nada o de hacer actividades de muy poco gasto energético.
Actualmente hemos modificado tanto nuestro entorno que ya no hay necesidad de ser activos, no tenemos que movernos para conseguir refugio, alimento o escapar de algún depredador, pero seguimos teniendo el instinto de permanecer inactivos y conservar energía siempre que nos sea posible. Y esto en un contexto nuevo, además, de hiperdisponibilidad de alimento.
Nuestros ancestros se movían solamente cuando era divertido, a través del juego o la danza, o cuando era necesario, en actividades relacionadas con la supervivencia.
Hemos de tener en cuenta estas adaptaciones a la hora de encontrar motivación para movernos, para hacer ejercicio físico. Por ejemplo, introduciendo el juego o la danza en nuestras sesiones y buscando una actividad física que nos divierta. Y hacerlo en grupo o con sentido de comunidad, que es como se movían nuestros ancestros.
Relacionado con esto y con nuestro cerebro primitivo, leímos otra teoría, no recordamos de quién, de que nuestros antepasados se movían por necesidad, no porque fuera una opción. No se movían porque lo considerasen saludable o para estar en forma, sino porque era su único medio de conseguir alimento, agua, refugio o de sobrevivir en general. Hoy en día el movimiento es una opción, pero nuestro cerebro sigue entendiendo que debemos movernos solamente por obligación. Conociendo este mecanismo ancestral, a la hora de decidir hacer ejercicio no debemos darnos la opción de hacer ejercicio o no, no debemos pensarlo, sino obligarnos a movernos, pues si le damos a nuestro cerebro la opción de elegir entre movernos o descansar, si nos lo pensamos dos veces, por lo general nuestro cerebro va a elegir siempre descansar.
Uniendo todos estos elementos, podemos decir que debemos buscar una actividad física que nos divierta, que contenga elementos de juego y que sea social, y no debemos pensárnoslo dos veces a la hora de ir a entrenar y movernos, sino, en cierto modo, salir como si fuese una obligación, como si fuese imprescindible para poder comer, por ejemplo.
Esta es una primera teoría sobre la falta de motivación actual a la hora de movernos, lo que nos puede ayudar a buscar estrategias que nos motiven a ser más físicamente activos.
En cuanto al segundo aspecto, vamos con otra teoría, publicada en un interesantísimo estudio muy reciente, que explora la relación entre la motivación y la inflamación. Dejamos aquí un enlace al estudio, Can’t or Won’t? Immunometabolic Constraints on Dopaminergic Drive, y un artículo al respecto, también en inglés, sobre si la inflamación crónica reduce la motivación, Does Chronic Inflammation Reduce Motivation?.
El estudio dice que existe una creciente evidencia de que la inflamación crónica de bajo grado afecta directamente al sistema de dopamina del cerebro, el sistema que impulsa la motivación hacia la acción. Este sería un mecanismo adaptativo para conservar energía y dirigirla hacia el sistema inmune, para el proceso de recuperación y sanación. Cuando el cuerpo está luchando para recuperarse de una infección o para sanar una herida, el cerebro necesita un mecanismo para recalibrar la motivación a la hora de moverse, de gastar energía. La prioridad del cuerpo es curarse, por lo que el sistema inmunitario interrumpiría el sistema de dopamina para minimizar toda actividad que no sea necesaria, para que no nos movamos y destinemos la energía a sanarnos.
Si estamos enfermos, la prioridad es destinar energía a curarnos, no a movernos.
Este mecanismo del sistema inmunitario para recalibrar el uso de energía tiene todo el sentido en un entorno ancestral, con situaciones de estrés agudo y dando oportunidad, en caso de inflamación, a la recuperación de posibles daños puntuales causados por patógenos, heridas o depredadores.
Sin embargo, en nuestro entorno actual, esa inflamación crónica de bajo grado es persistente, pues está causada por factores como el sedentarismo, la alimentación actual, el estrés crónico, la disbosis intestinal o la obesidad. Es decir, que aunque dejamos de movernos, persiste lo que causa el daño, la inflamación crónica de bajo grado, por lo que el cuerpo va a estar en todo momento destinando recursos al sistema inmunitario e interrumpiendo el sistema de dopamina, disminuyendo nuestra motivación para movernos. Entraríamos en un círculo en el que nuestro cuerpo estaría destinando recursos a sanarse pero seguiría sometido a lo que le está causando el daño. Estaríamos en un círculo de cronificación de una situación de daño no resuelta.
Compartimos aquí esta magnífica infografía de Nutriscience Academy donde se pueden ver los factores de nuestro estilo de vida que conducen a la inflamación crónica de bajo grado.
Mientras nuestro cuerpo esté sometido a estos factores, vamos a estar sufriendo una inflamación crónica de bajo grado, por lo que nuestro cuerpo estará destinando más recursos energéticos a nuestro sistema inmune, para tratar de sanarnos, y menos a nuestro sistema dopaminérgico, reduciendo nuestra voluntad de hacer esfuerzos para obtener recompensas.
Como concluye el estudio, «Si bien este mecanismo puede haber sido adaptativo en tiempos ancestrales, el aumento de la prevalencia de inflamación crónica en función de múltiples factores, incluida una dieta deficiente, ejercicio limitado y mayor estrés en las sociedades occidentales, puede contribuir al aumento de las tasas de depresión y otros trastornos asociados con impedimentos motivacionales».
Sabiendo esto, para incrementar nuestra motivación debemos tratar de reducir nuestra inflamación, donde juega un papel muy importante la actividad física en conjunción con los demás factores del estilo de vida que hemos visto en la gráfica anterior de Nutrisciencie Academy.
Para ir terminando, la falta de motivación actual a la hora de movernos podría estar causada, entre otros factores, por un desajuste de los mecanismos naturales de nuestro cuerpo en relación a nuestro entorno actual. Nos habríamos vuelto vagos de repente porque hemos modificado tanto nuestro entorno que va en contra de nuestras adaptaciones motivacionales evolutivas.
Tendríamos, por lo tanto, que tratar de recalibrar el buen funcionamiento de nuestro cuerpo para encontrar motivación a la hora de movernos.
¿Y si no es tanto que nos hemos vuelto vagos de repente, sino que estamos saboteando nuestros mecanismos naturales ancestrales que nos motivan e impulsan a movernos?
En conclusión, para encontrar la motivación perdida tendríamos que tomar medidas globales para reducir la inflamación crónica, buscar una actividad física que nos divierta, que incluya elementos de juego y que sea social, y debemos tomarnos el ejercicio como una obligación, no como una opción.
Nuestra salud está en juego si no nos movemos.