Cuando pensamos en ejercicio o actividad física, por lo general pensamos en el beneficio que nos supone a nivel físico, al hacernos más fuertes o más capaces físicamente. De hecho, esas capacidades permitieron a nuestros ancestros sobrevivir en un entorno desafiante. Estamos aquí porque ellos se movieron mucho.
En nuestra vida actual, tener un buen nivel de forma física nos permite realizar sin problemas, molestias ni restricciones nuestras actividades diarias cotidianas, nuestras actividades de ocio o las imprevistas, así como poder practicar el deporte o la actividad física que nos guste. Además, nos hace ser autosuficientes y físicamente independientes por más tiempo según nos vamos haciendo mayores.
Esto por sí solo es un gran beneficio, pero es posible que te preguntes que para qué nos sirve esto realmente, si para realizar cualquiera de las actividades que llevamos a cabo en un día normal nos basta con permanecer sentados y mover un dedo. En nuestro entorno actual, hecho para el sedentarismo, en la mayoría de los casos no necesitamos apenas movernos para trabajar, ni para desplazarnos, ni para las aficiones o actividades de ocio, ni para que nos traigan la compra a casa, prácticamente para nada, esto es cierto. Puesto que no tenemos retos de supervivencia, uno puede llegar a muy mayor sentado todo el rato, en el trabajo, en el coche, en el sofá, donde sea, siendo enfermo crónico, polimedicado y con movilidad reducida o limitada. Pero ¿es esa la vida que queremos?
El sistema muscular es un órgano endocrino que interviene en todos los sistemas y funciones de nuestro cuerpo.
Las demandas físicas de nuestros ancestros modelaron nuestro genoma, ya lo dijimos en un artículo anterior, «Nacidos para movernos», y nuestra fisiología y, por lo tanto, nuestra salud, dependen de que nos movamos de un modo parecido a como se movían ellos.
La fantástica infografía de Fissac que compartimos es muy reveladora al respecto. La puedes encontrar aquí.
Está realizada a partir del siguiente estudio científico sobre el papel de la inactividad física en las enfermedades crónicas: Role of Inactivity in Chronic Diseases: Evolutionary Insight and Pathophysiological Mechanisms (estudio).
Como concluye el estudio, la inactividad física es una causa real de más de 35 enfermedades crónicas.
O, desde otro punto de vista, el sedentarismo es una enfermedad cuyos síntomas pueden afectar a cualquier órgano o función de nuestro cuerpo.
Esa inactividad puede afectar a cualquiera de nuestros sistemas:
-Cardiorrespiratorio.
-Músculo-esquelético.
-Nervioso.
-Reproductivo.
-Digestivo.
-Inmune.
-Óseo.
-Endocrino.
Nuestro sistema muscular no es el único que se ve perjudicado por el sedentarismo, como podríamos pensar a primera vista.
El comportamiento, el sistema nervioso central, la capacidad cardiorrespiratoria, el metabolismo, el tejido adiposo, el músculo esquelético, los huesos, la inmunidad, la digestión y el cáncer son algunos ejemplos de fenotipos, sistemas de órganos y enfermedades que se ven afectados por la inactividad física.
Algunas de las condiciones crónicas que se ven afectadas por el sedentarismo son, por ejemplo, la resistencia a la insulina, que conduce a la diabetes tipo 2, el envejecimiento, que conduce a la enfermedad de Alzheimer y otras enfermedades, o los factores de alto riesgo cardiovascular, que conducen a la enfermedad arterial coronaria.
La inactividad física es una causa poco apreciada de casi todas las enfermedades o afecciones crónicas, aumenta la mortalidad, disminuye la salud y acelera el envejecimiento biológico.
Nuestro genoma se forjó en un entorno de una elevada demanda física, y es a eso a lo que nuestro cuerpo está adaptado. No existe la persona sedentaria sana. Ningún órgano de nuestro cuerpo funciona adecuadamente si no nos movemos. Necesitamos ese movimiento no solo para interactuar con el entorno o con los demás, que no es poco, sino también para tener salud y tener una vida con menos limitaciones.